martes, 23 de octubre de 2007

YAHVÉ, NOMBRE DE DIOS : UNA PRESENCIA.

Yahvé, Nombre de Dios: una Presencia
Éxodo 3, 1-8a. 13-15.


“El Nombre de Dios constituye la clave de su presencia y de su búsqueda. Le buscamos porque aún no le conocemos, pero ya le deseamos. Le llamamos porque de algún modo sabemos su Nombre. La búsqueda del Nombre de Dios y su descubrimiento gratuito y exigente, (Yahvé, Eimi ho Eiimi, Sum qui Sum, Soy el que Soy…) constituye el centro y clave de todo el pensamiento y la experiencia occidental. Ningún Nombre, ninguna Palabra ha dado tanto que pensar, tanto para vivir. Es un gozo que podamos reflexionar sobre el gran texto del Nombre, Ex 3, 14, en diálogo con judíos y musulmanes. Hoy presento sólo una introducción exegética…

…Éste pasaje constituye el corazón de la Biblia judía y cristiana, la fuente de inspiración del Corán…

1. Introducción. Contexto

Dios se define Yahvé (Soy el que soy), añadiendo que ha venido a liberar a los oprimidos. Ese nombre configura la experiencia y teología de cristianos y judíos (y musulmanes). Para un estudio más extenso del tema remito a A. de Libera y É. Zum Brunn, Celui qui est. Interprétations juives et chrétiennes d'Exode 3, 14, Cerf, Paris 1986 y a mi libro Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 55-65.
El contexto es conocido. Moisés, hebreo de cultura egipcia, ha tenido que exilarse a Madián, en las fronteras del desierto, donde pastorea el rebaño de Jetró, su suegro sacerdote. Ha dejado a sus hermanos cautivos en Egipto. La querencia de Dios, el recuerdo de su pueblo, le lleva a la montaña de Dios que es Horeb (=Sinai), lugar sagrado de las tribus del entorno. Está sólo ante Dios, en la inmensidad del desierto, en la falda de la montaña, con el dolor de su pueblo cautivo. Pronto no es sólo Moisés quien padece. De un modo superior padece Dios. Así viene a desvelarse en toda fuerza, de manera clara y sorprendente, en la zarza de fuego:
Murió el rey de Egipto y los israelitas clamaban desde su servidumbre,
y el grito que nacía de su servidumbre subió a Elohim,
y Elohím escuchó su clamor y se acordó de la Alianza con Abraham, Isaac y Jacob
y Elohím miró a los hijos de Israel y les conoció (Ex 2, 23-25)

Dios se llama aquí Elohim, ser divino que rige el cosmos y la historia. Está vinculado, sin duda, a la Montaña sagrada que aparece como lugar divino en muchos pueblos. Pero viene a presentarse de un modo especial como el que escucha, mira, se acuerda y conoce los sufrimientos de su pueblo (Ex 2, 24-25). Esta será siempre su marca: se vincula a los humanos oprimidos:

– Dios escucha (wayyisma’). Ciertamente, habla y hablando, en palabra de fuerte llamada, suscita todo lo que existe (Gen 1). Pero antes imponerse, él escucha la llamada de aquellos que padecen. Hay en su misterio un elemento receptivo: ha creado a los humanos ante sí, debe acogerles, dejando que ellos sean y le llamen.
– Dios mira (wayyare'). Para que nosotros, los humanos, miremos y podamos verle, él tiene que mirar y vernos primero. Es Dios de la libertad, que nos permite vivir y realizarnos, como diferentes, en fuerte autonomía. Cierto judaísmo posterior dirá que Dios se ha retirado, abriendo así un espacio de vida a los humanos.
– Dios se acuerda (wayyizkar). Es fiel a sí mismo: a su potencia creadora, a su palabra de en favor de los humanos. En contexto israelita, ese recuerdo ha de entenderse desde el pacto: los humanos tienden a romperlo, Dios no lo mantiene; los humanos pueden olvidarse, Dios no olvida.
– Dios conoce (wayyida’). Los humanos se conocen entre sí, en gesto de entrega personal y matrimonio. Pues bien, ellos pueden conocer a Dios (comprometerse en Alianza con él, fiarse de su amor) porque Dios les conoce y acepta primero (es decir, les toma como suyos).
Este Dios universal (Elohim) aparece luego como Ángel (=enviado, presencia) de Yahvé (Ex 3, 2). En la zarza de fuego, el mismo Elohim cósmico, Señor de todas las gentes y lugares, se identifica con el Dios especial israelita (Yahvé): es como llama de fuego en una zarza que no se consume, para arder en celo de amor y liberar a los oprimidos de su pueblo.
Muchas religiones vinculan a Dios con el fuego: llama que arde, vida que incesantemente se renueva. Nuestro texto relaciona fuego y zarza (árbol y llama), en paradoja donde se penetran mutuamente el fuego cósmico y la zarza (arbusto) de la vida. Los mismos hebreos oprimidos son quizá la zarza, arbusto frágil que en cualquier momento puede quebrar y destruirse, desapareciendo en el desierto o montaña de los pueblos del entorno. Pues bien, en ella (lo más débil, lo más frágil) se desvela Dios, vida de fuego. Presentaré el texto, dividido en tres partes, que después comentaré una por una. Advertirá el lector ya desde ahora que los números del texto corresponden a los del comentario que añado a su margen:

2. Principio del texto

Permite el lector que cite de nuevo el texto, distinguiendo mejor los nombres de Dios y sus gestos, en el diálogo con Moisés:

1. Y vio Yahvé que se acercaba a mirar
y le llamo Elohim desde la zarza: ¡ Moisés, Moisés!
Y Moisés respondió: ¡Heme aquí!
2. Y Yahvé le dijo:
No te acerques; quítate las sandalias de los pies,
porque el lugar sobre el que pisas es terreno santo.
Yo soy el Elohim de tu padre, de Abrahán, de Isaac...
3. Entonces Moisés se cubrió el rostro... Y le dijo Yahvé:
a. "He visto la aflicción de mi pueblo de Egipto
y he escuchado el grito que le hacen clamar sus opresores,
pues conozco sus padecimientos
b. Y he bajado para liberarlo del poder de Egipto
y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y ancha,
que mana leche y miel, país del cananeo, del heteo...
c. Mira: el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí
y he visto la opresión con que los egipcios les oprimen.
Por tanto: ¡Vete! Yo te envío al Faraón,
para que saques a mi pueblo... de Egipto" (Ex 3, 4-10).

Todo empieza en forma de diálogo. Moisés ha buscado al Dios del fuego y le sale al encuentro el Dios de la historia. Dios está vinculado al lugar santo de las santas tradiciones de los pueblos y de un modo especial a las tradiciones de los patriarcas, recordadas al principio de la historia. Sólo ahora descubrimos el verdadero rostro y figura de Dios, al identificarse como aquel que mira/siente, desciende y envía. Estamos ante una preciosa historia de humanización (casi encarnación) de Dios quemira y escucha desde arriba (momento a), para descender y compromtenerse con su pueblo, en un camino de liberación (momento b), que se realiza por medio de Moisés (momento c). Quizá pudiéramos decir que el mismo Moisés viene a presentarse como exégesis de Dios, expresión de su presencia salvadora.

1. Introducción (Ex 3, 4). Moisés ha dicho: ¡miraré...! (Ex 3, 3). Así empieza la historia: ha venido a la Montaña de Dios, dispuesto a ver el "espectáculo", como curioso que observa las cosas desde fuera. Es evidente que Dios ha de pararle: Y vio Yahvé que se acercaba... y le llamó Elohím desde la zarza (3,4). De esa forma ha vinculado nuestro textos los dos nombres: Yahvé mira de la zarza, Elohim que se aparece y llama (cf. Gen 22,11; 1 Sam 3,4 etc).

2. Autopresentación de Dios (Ex 3, 5-6). Moisés comienza su itinerario caminando a la "tierra de Dios", en la montaña sagrada. Viene como dueño de su vida, calzados los pies, guiando el rebaño. Pues bien, Dios se presenta y Moisés debe cambiar:

a. Tierra sagrada. En ella se desvela Dios, expresando su presencia como fuego. Es el Dios del cosmos, signo y principio de santidad de un mundo que se abre a lo divino. Por eso, descalzarse ante Dios y adorarle en la montaña sagrada significa vincularse a la experiencia de los pueblos que le han adorado y le siguen adorando en los fenómenos del cosmos.
b. Padres sagrados. El mismo Señor de la tierra sagrada es Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, surgiendo de un pasado de elección, llamada y Alianza (cf. 2, 25; 3, 6 y 3, 15). Ahora son santos los padres, es decir, los antepasados: esa fidelidad al pasado del pueblo definirá la visión del Dios israelita, vinculado siempre al recuerdo de los antiguos patriarcas (de las tradiciones santas).
c. Poder y terror sagrado. Dios se presenta como "fuego", fuente de terror sagrado. Así empieza mostrando su grandeza, imponiendo su miedo ¡No te acerques, quita las sandalias! Desnudos ante Dios los pies, cubierto el rostro, deben caminar los humanos. Este Moisés descalzo y con el manto sobre los ojos sigue siendo el signo más hermoso de la experiencia israelita de Dios.

3. Mandato. Envío de Moisés (Ex 3, 7-10). He dividido el texto en tres secciones (a, b, c) que el mismo lector podrá evocar y distinguir:

a. Dios de los oprimidos: ¡he visto...!. Ve y escucha a los cautivos para liberarles: desborda los límites de una sacralidad local y/o cósmica, viniendo a presentarse como redentor para los "hebreos" antiguos y modernos. Por eso es Dios de la plenitud humana, el gran liberador. Es más que fuego sagrado de una tierra santa; es amigo y salvador (futuro de vida) de los esclavos de Egipto. Se hallaba vinculado a los antiguos (padres). Ahora aparece como padre-madre para los humanos oprimidos, abriendo para ellos un camino de libertad que se expresará en su nombre principio: ¡Yo soy! (= ____): ¡Yo vengo a liberaros!
b. Dios que actúa:¡he bajado! Así asume el camino de los oprimidos y se compromete a liberarlos. En el principio de la experiencia religiosa de Israel (y de la visión del Dios cristiano) se encuentra este descenso (he bajado), de encarnación (para liberar) y de ascenso (para subir) del mismo Dios supremo. El itinerario teológico del pueblo se funda en el más hondo itinerario salvador de Dios: 1) He bajado: penetra en el conflicto y dolor de la historia. 2) Para liberar: rompe la opresión de Egipto. 3) Y para subirlo (conduce al pueblo a su patria verdadera). La tierra de este nuevo nacimiento es buena y ancha. Egipto era maldad y estrechez, madrastra que destruye y oprime a sus hijos. La nueva tierra, en cambio, es amplitud y abundancia: mana leche y miel, como saben de viejos textos mitológicos, hablando de un Dios madre que ofrece su leche (cuidado, cariño) y su miel (dulzura) en la tierra.
c. Dios que envía:¡vete!. La tierra de la libertad es una región bien concreta dentro de la geografía: es lugar donde se encuentran asentados los seis (o siete) pueblos: cananeos, heteos (=hititas), amorreos etc. Israel nace por gracia de Dios, pero, al mismo tiempo, por obra de Moisés a quien Dios mismo confía su itinerario de liberación: a) Por tanto ¡vete! ; yo te envío al Faraón; b) para que saques a mi pueblo, los Hijos de Israel de Egipto (3, 10) (Para lectura ulterior: H. Cazelles, En busca de Moisés, EDB, Estella 1981; A. N¬eher, Moisés y la vocación judia, Aguilar, Madrid 1962; M. Buber, Mosè, Marietti, Casale Mo. 1983; J. L. Ska, Le passage de la mer. Étude de la construction, du style et de la symbo¬lique d'Ex 14, 1-31, AnBib 109, Roma 1986).

3 . Yahvé, Soy el que Soy: Dios de Moisés, Dios del pueblo

La Biblia israelita ha descubierto y expresado el sentido del Nombre supremo (=Yahvé) en el más hermoso de los diálogos teológicos. No ha construido un tratado de teología, no ha expuesto una demostración. Ha hecho algo más hondo: ha tejido un relato. Dios y Moisés hablan. En su diálogo, desde el Dios que actúa como liberador, emerge el misterio de su Nombre:

– Moisés: ¿Quién soy yo para ir al Faraón y sacar a los israelitas de Egipto?
– Elohim: ¡Estaré (=’ehyh) contigo! . Y este será es signo de que te he enviado: cuando saques al pueblo de Egipto, adoraréis a Elohim sobre este monte.
– Moisés: Cuando yo vaya a los hijos de Israel y les diga: el Dios (=Elohim) de vuestros padres me ha enviado a vosotros, si me preguntan ellos cuál es su nombre ¿qué he de decirles?
– Elohim: Soy el que soy. Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy (’ehyh) me ha enviado a vosotros. Yahvé, Dios de vuestros padres... me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre y esta es mi invocación (Ex 3, 11-15).

Moisés debe sentir dificultad. Dios le pide que abandone familia y vida antigua y se enfrente al Faraón, opresor de los hebreos, sucesor de aquel que antaño pretendió matarle (cf. Ex 2,15-23). Dios le envía a liberar a quienes antes rechazaron su arbitraje (Ex 2, 13-14; cf. Hech 7,24-34). Es normal que le cueste (cf. Jc 6,15; Lc 1,34 etc) y diga: ¿Quién soy yo...?
Así pregunta el humano que se mira pequeño y poco preparado. Pero Dios le responde: ¡Yo estaré o seré (’ehyh) contigo!, en palabra que expresa de manera enfática su presencia activa en el nuevo itinerario. Entramos en el centro de la gran teofanía del Dios que, diciendo seré-estaré contigo (’ehyh), expresa su nombre más profundo.

Este Dios hecho presencia ofrece su signo a Moisés: ¡Y cuando saques al pueblo de Egipto adoraréis a Elohim en este monte! (Ex 3,12), anticipando aquello que debe suceder: ¡Sacarás al pueblo y me adoraréis aquí; de esa forma veréis que yo os he acompañado! Moisés ha descubierto a Dios, le ha visto en el fuego de la zarza. Luego han de verle, haciendo el mismo itinerario, todos los oprimidos (cf. Ex 19-24): la experiencia de Moisés ha de asumirla todo el pueblo israelita.
En este contexto se sitúa la pregunta de Moisés (3,13). Elohim le ha dicho: yo estaré, anticipando su nombre (Yahvé significa ¡yo estaré!). Moisés no ha comprendido todavía. Necesita más señales, una concreción de la Presencia, un Nombre que pueda presentar a los hijos de Israel y decirles ¡Éste es quién me envía! (3,13). Sólo ahora, Elohim (=Poder divino) se revela plenamente a Moisés, diciéndole su nombre para el pueblo (Ex 3, 14-15):
1. Ser: "Soy el que Soy" ( =El que estaré o seré contigo). Todavía no ha ofrecido Dios su nombre pleno, pero amplía para el pueblo lo que dijo a Moisés (Soy el que estaré con ellos: cf. 3,12), mostrándose así como presencia activa. Ese ser-estar con los suyos constituye su esencia. Moisés quiere su nombre. Dios ha respondido asegurando su presencia (3, 14).
2. Envío: "Yo soy-estoy" me ha enviado a vosotros ( 'ehyeh ´selahani, 3, 14). Sólo puede enviar quien se encuentra presente ('ehyeh=___ . No es el envío el que justifica la presencia sino al revés: la presencia de Dios se hace envío: Dios se manifiesta en su verdad como El que es [pasando así de 'ehyeh a Yahvé], haciendo que Moisés libere (haga ser) a los oprimidos.
3. Nombre propio: "Yahvé, Elohim de vuestros padres..., me ha enviado a vosotros" (3, 15). El mismo verbo [’ehyeh:yo soy, estoy presente] se hace Nombre personal [Yahvé], definiendo para siempre el sentido y novedad del Dios de la experiencia israelita. El Dios de los padres se revela plenamente como aquel que sostiene y envía a Moisés, liberando a su pueblo. Sólo en cuanto llama y ayuda, asiste y libera, el Dios (Elohim) de los padres se vuelve Yahvé, Dios del pueblo.
4. Nombre definitivo: "Este es mi nombre para siempre, es mi recuerdo... " ( 3, 15). Esta experiencia hecha Nombre (¡Estoy presente!) define para siempre el "ser" (actuación) de Dios y viene a constituirse principio y centro de todos los recuerdos religiosos: Dios "recuerda su Alianza" (2, 25); por su parte, los israelitas deben recordar el signo y Nombre de Dios como presencia liberadora.
Este recuerdo de Dios está vinculado a una experiencia de llamada y envío liberador: Sólo escucha de verdad a Dios y conoce su Nombre (Yahvé), quien se descubre enviado y, al ponerse en movimiento, le encuentra Presente en su camino. Este Nombre es por un lado misterioso: los filólogos no logran precisar del todo su sentido original, los judíos no lo pronuncian por respeto... Pero, al mismo tiempo, es el más sencillo, cordial, inmediato: Dios es Yahvé porque en el momento clave de su revelación ha dicho ’ehyeh (=estaré contigo o con vosotros). Es Nombre de camino: es garantía de presencia personal (¡yo estoy! cf. 3,12) y compromiso de acción liberadora. Tres son a mi juicio (y conforme al texto que sigue: Ex 3, 16-4, 18) sus elementos conformantes:

1. Dios aparece como "Yo",, pero es siempre un yo-contigo, un yo-con-vosotros. Alguien que habla presentándose a sí mismo y diciendo "Soy el que soy/seré". Más aún, él se define como la Primera Persona, el "Yo" fundante, en la línea que más tarde se podrá subjetivismo (activismo) liberador: todo lo que hay brota del Yo de Dios que dice: ¡quiero acompañarnos, haciéndome camino con vosotros!
2. Mediación de Moisés. Experiencia israelita. El Dios Yo-soy se vuelve Estoy-contigo para aquellos que le acogen y responden. Por eso, en nombre de ellos, Moisés eleva sus preguntas ¿que haré si no me creen y no me escuchan y dicen: no se te ha aparecido Yahvé? (4, 1) Si Dios no le hubiera llamado, la religión de Israel sería falsa; si los israelitas no pudieran creerle sería inútil su Dios. La persona y tarea de Moisés está al principio de la fe de los israelitas a quienes no les basta con creer en Dios en general (como Elohim de la montaña), sino que han de creer en el Yahvé de Moisés, fundador y legislador del pueblo. Los israelitas no dependen sólo del Dios cósmico, ni siquiera del Dios de los padres; ellos deben creer por medio de Moisés, que así aparece como transmisor de la palabra de Dios, mediador de su experiencia nacional y/o religiosa.
3. Apertura a todo el pueblo. Dios se hace presencia salvadora en Moisés, a fin de revelarse de esa forma como Yahvé: un Yo-soy de liberación para el conjunto de los israelitas. Por un lado, es Trascendente, de manera que su Yo-Soy desborda todas las posibles afirmaciones humanas: está siempre más allá, es Señor universal, creador y salvador originario. Pero, al mismo tiempo, es Inmanencia plena o, mejor dicho, presencia salvadora.
Un Dios, un pueblo, un profeta: estos son los elementos principales de esta gran revelación. Lógicamente, de ahora en adelante, Moisés vendrá a presentarse ante los judíos como el profeta por excelencia, el hombre en el que Dios se ha revelado de una forma decisiva a los humanos. Quien haya seguido nuestro desarrollo habrá visto la importancia que nosotros concedemos a su Nombre, aunque pensemos que su revelación debe ser profundizada y expandida a todos los pueblos de la tierra. Eso es lo que, conforme a nuestra fe, ha realizado Jesucristo. Los musulmanes atribuyen a Mahoma la ampliación y expansión de esta experiencia: para ellos, el ¡Yo soy! del Éxodo judío encuentra su verdad suprema en la Palabra del Corán, revelada por Dios a Mahoma”.

Bibliografía.
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Cazelles, H., En busca de Moisés, EVD, Estella 1981
Chouraqui, A., Moisés, Herder, Barcelona 1997
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Vaux, R. de, Historía antigua de Israel I, Cristiandad, Madrid 1974, 315-348
Xavier Pikaza

FUENTE : www.lectionauta.blogspot.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

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